Recientemente ha entrado en vigor la normativa que obliga a las empresas a dejar de regalar bolsas de plástico, en pro de reducir el consumo de las mismas por otras bolsas que puedan ser reutilizadas más de una vez. Esta normativa proviene de la Unión Europea, y ha sido creada para proteger al medio ambiente.
Las bolsas de plástico, a pesar de que pueda pensarse lo contrario son uno de los mayores desechos contaminantes del planeta. Las bolsas se acumulan en los mares llegando a crear un gran peligro para la flora marina, ya que dentro de ellas quedan encajados los peces hasta morir. Además se disuelven en el mar y sueltan al mismo sustancias contaminantes difíciles de detectar, lo que es un problema para los seres humanos y la fauna marina.
Como vemos las bolsas de plástico pueden llegar a ser un problema, y hay que buscar alternativas. Pero siendo realistas parece que a un medio corto plazo la situación no va a cambiar. Y en parte es porque la sociedad siente que va a tener que pagar por algo que anteriormente era gratis, y esto es algo que muchas personas, sobre todo mayores, no entenderán.
En el artículo de hoy vamos a hablar sobre los diferentes tipos de bolsas reutilizables que existen en el mercado, pues depende la empresa y el consumidor, será mejor ofrecer un tipo de bolsas o otras.
Las principales clases de bolsas
En primer lugar, hablaremos de las bolsas biodegradables, que se anuncian como bolsas de fécula de patata, de maíz, etcétera. Fabricadas con material que se descompone con la exposición al aire, al agua o a la luz solar. Las más modernas están hechas con almidones combinados con polímeros biodegradables y se descomponen en materia orgánica.
El problema es que coexisten en el mercado con otras de almidones mezclados con derivados del petróleo en las que se encuentran metales pesados como cadmio, plomo y berilio. Además, su fabricación requiere una cantidad similar o mayor de energía y recursos naturales que las convencionales.
Otro de los inconvenientes es que muchas veces acaban mezcladas con las normales en el contenedor amarillo, una verdadera pesadilla de clasificación que puede inutilizar partidas enteras de plástico reciclado.
Por otra parte, transmiten un mensaje peligroso al consumidor. Que no duren 200 años no significa que sean inocuas: se necesitan al menos 18 meses para su degradación y el consumo de oxígeno de este proceso perjudica a los ecosistemas acuáticos. No se tira en el contenedor de «orgánico», sino en el de “fracción resto” -conocido como «orgánico» donde no lo hay-.
En segundo lugar, están las bolsas compostables. La diferencia con respecto a las biodegradables estriba en el tiempo necesario para su degradación, mucho menor para las compostables. Es decir, todas las compostables son biodegradables, pero no todas las biodegradables son compostables. Para ello tienen que desaparecer al mismo tiempo que el resto de la materia orgánica que entra en una planta de compostaje. El problema es que ambos términos se confunden en muchos casos, y algunos de estos materiales pueden durar décadas hasta su degradación. Se tira en el contenedor de orgánico (no “fracción resto”)… si lo encuentras.
En tercer lugar, las bolsas degradable-oxodegradable. Estas son bolsas convencionales hechas de petróleo a las que se ha añadido un aditivo que acelera su degradación por efecto de la luz o del oxígeno. Desaparecen de la vista, pero se desintegran en partículas sintéticas que permanecen en el entorno y pueden pasar a la cadena trófica. Al contenedor “fracción resto”, no al amarillo.
Este tipo de bolsas las fabrican empresas como Plasticos Genil, una empresa con más de 20.000 clientes que avalan su trabajo como fabricantes de bolsas de plástico para farmacias y comercio en general, lo que les ha convertido en una de las empresas líderes en el mercado español en el sector de las bolsas para farmacia y comercio.
Por último, encontramos las bolsas reutilizables “al menos 15 veces”. Se trata de la bolsa tradicional de polietileno con un porcentaje de PET reciclado y un grosor mayor para proporcionar mejor resistencia. Su espesor asegura una vida de cientos de años en el medio ambiente y emite un mensaje “eco” bastante falaz, ya que contribuye a disminuir el impacto ambiental solo si efectivamente la utilizamos hasta el final de su vida útil y después se recicla debidamente, algo muy improbable. Se tira al contenedor amarillo.