El verano es una época esperada por millones de personas pero temida también por una gran cantidad de gente. Y no sólo por el calor. Los meses de junio, julio y agosto, e incluso los de mayo o septiembre, traen consigo un peligro que puede llegar a ser un verdadero dolor de cabeza en muchas casas, en muchas industrias o en muchas huertas y campos. Hablamos de plagas. Los meses de verano son óptimos para que aparezcan miles de especies de mosquitos, pulgas, cucarachas y demás animales que ponen en peligro la higiene de todos esos lugares.
Este tipo de plagas ataca prácticamente cualquier lugar si no está debidamente protegido. No hay prácticamente nada que se les resista. Los lugares cálidos y que carecen de ventilación son, entre otros, los grandes damnificados de sus apariciones. Y, teniendo en cuenta la gran cantidad de fábricas que en España operan en condiciones así durante el verano, parece lógico considerarlas como las grandes receptoras de plagas de cucarachas o de cualquier otro tipo de insecto durante la temporada de calor.
Expertos como los de Control Plag nos han advertido de que, como consecuencia de la enorme cantidad de lluvias que hemos tenido que padecer este invierno y que ha continuado durante la primavera, las probabilidades de que las plagas invadan las fábricas que no cuentan con la suficiente ventilación o protección suban con creces. Lo harán, según indican estos profesionales, multiplicando su número de unidades y haciendo que los destrozos o las pérdidas sean incalculables. De cara al verano, y teniendo en cuenta este tipo de recomendaciones, una gran cantidad de fábricas han comenzado a obtener asesoramiento al respecto de estos problemas.
Padecer una plaga de, por ejemplo, cucarachas, es la peor de las suertes que puede tener una determinada fábrica. Es decididamente peor que la de una pobre atención al cliente o una floja campaña de marketing. Es evidente que eso traería pérdidas a una empresa de cualquier sector, pero, ¿cuánto dinero podría perder una empresa si se hiciera público que dentro de sus instalaciones ha aparecido una plaga de cucarachas que merodean sobre sus herramientas y que contaminan sus productos ya terminados? Dicho de esta manera, no cabe duda, ¿verdad?
La prevención, una aliada de primera necesidad
Da igual que, una vez que ha salido la plaga, se intente paliar. El mal ya está hecho. El Ministerio de Sanidad ya nos podrá haber cerrado la fábrica y con toda la razón del mundo. Lo importante es actuar antes de que la plaga se asiente en nuestras instalaciones porque además, de ese modo, es bastante probable que se multiplique y sea más y más difícil su extinción. Por supuesto, para entonces la reputación de la entidad ya estará por los suelos.
Son muchas las empresas que han pasado por esta situación y pocas, por no decir ninguna, las que han salido. Lo cierto es que seguro que tanto sus trabajadores como sus dirigentes no se van a olvidar muy fácil de lo que implica una situación así. Es probable que todavía hoy estén acusando la multa interpuesta por el Estado o las consecuencias derivadas de una reputación que, la verdad, les va a estar acompañando durante toda su vida.
Las plagas afectan a todo tipo de industrias y fábricas. Desde las encargadas de manejar los hilos de la industria maderera hasta todas aquellas que se dedican, por ejemplo, a la fundición del acero. Las plagas no entienden de sectores ni de tamaños. Pueden hacer acto de aparición desde en pequeñas fábricas que no dejan de ser pymes hasta en grandes naves, en las que cada día se desempeñan miles de trabajadores.
Se acerca el verano y con él uno de los mayores peligros para buena parte de las instalaciones industriales españolas. Muchas de ellas, situadas además en polígonos industriales que en muchas ocasiones se encuentran cerca de vegetación salvaje, se ven amenazadas por insectos que, pese a lo débil de su cuerpo y a la vulnerabilidad de su ser, pueden causar un destrozo mucho más grande de lo esperado y, en definitiva, irreparable para la empresa en todos los ámbitos. Prepararse para combatirlo y para frenarlo a tiempo marcará la diferencia entre sufrir sus consecuencias o permanecer a salvo.